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Al sentir su voz, mi alma se estremeció, pero no tardó en experimentar
casi de inmediato, tristeza e inusual vacío ante la frialdad de su tono.
Frialdad que ya había percibido otras veces y que hoy horadaba con
más fuerza mis entrañas.
«Es la frialdad del desamor», decía una parte de mí, mientras que la
otra parte replicaba «es el tono de una mujer que sufre»…
...Mi alma de niño no recuerda bien lo que me hiciste aquella tarde...
pero sí que desde ese instante, mi vida cambió, se transformó,
metamorfoseándose en una sombra sutil de lo que había sido hasta
ese momento... y así, transfigurada, mi existencia tomó el rumbo que
finalmente me llevó a ser lo que hoy en día soy...
©Gustavo Bonelli V.
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