La amé en silencio antes de que naciera aún,
cuando los versos no salían de mi boca...
Ella, hecha toda de cal y cuento, cual racimos verdes de recia uva.
La amé y no la toqué. Mi alborada no se tiñó con su verdor.
Ella fue un momentum, un yermo patio, una alacena abandonada.
Fue mi musa de piel rosada, mi cobra lisa de ojos glaucos
Fue la piedra que recogí en el estío, en el hierbaje de pino bajo.
Ella, cual potranca arisca todavía, no sabía de motivos ni de mí.
Mas sentía el regio acorde de mi piano al contemplarla yo tocando.
¡Y cuánto de Schumann había en sus pasos!
¡Cuánto de Beethoven se encendía en su mirada!
Ella fue todo un ropaje para el invierno de mi vida,
cuando aún no fenecía mi paso por el mundo.
Ella sonrió al mundo y al fin se fue andando por la senda breve
por la vereda aquella de la que no se vuelve ni se torna.
Ella eligió al fin la vida y dejó de ser mi musa: convirtióse en nada
En naderías de silencios blancos y de calderones negros.
Ella está con Dios y está en este mundo, no se ha ido aún.
Hoy en lo profundo de mis noches y en la superficie de mis días
evoco el paso de su alma por mi vida, la tierna tarde en que se fue.
Se fue para ser ella, para ser mujer y ser fecunda como nadie.
Aprendió a vivir y a elegir; no se quedó en nada. ¡Supo ser mujer!
Ella es lo sublime, fue mi todo y hoy, hoy me ríe desde lo alto.
© Gustavo Bonelli Vásquez
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